Ayer, 12 de octubre, se cumplieron 100 años del primer aterrizaje de un avión en Sabadell, acontecimiento que significó el nacimiento de la aviación en la ciudad. Fue un acontecimiento fortuito, fruto de la debilidad tecnológica de los aviones de la época, que en el caso sabadellense se debió no a un avería sino a la prudencia del piloto, Manuel Colomer, ante una climatología muy adversa.
El I Concurs de Tardor de 1919 propició que Sabadell tuviese el primer contacto real con la aviación. Concebida como una prueba aérea en la que los pilotos debían efectuar un recorrido de aproximadamente 110 kilómetros, estaba dotado con importantes premios en metálico: 2.000 pesetas para el ganador, 1.500 para el segundo y 1.000 para el tercero, además de trofeos para los tres primeros clasificados, donados por el Rey de España y los ayuntamientos de Barcelona y Sabadell.
El recorrido consistía en despegar del campo de vuelo de La Volatería, situado en el Prat de Llobregat, y sobrevolar el monumento a Colón de Barcelona, para dirigirse a Badalona, Terrassa, Sabadell, para sobrevolar después la montaña del Tibidabo y volver a pasar por el monumento a Colón antes de aterrizar en La Volatería.
Se inscribieron siete pilotos: Joaquín Cayón, Josep Canudas, Lluís Bertrand, Manuel Colomer, los franceses Alfred Fronval y G. Bourgeois, y el italiano Guiseppe Grassa. La prueba debía celebrarse el 5 de octubre de 1919 pero se tuvo que suspender a causa del mal tiempo y las nubes, que impedían la adecuada visibilidad a los pilotos. Además, los comisarios del certamen, que tenían que controlar el paso de los aviones por el Tibidabo, tampoco hubieran podido avistarlos.
El concurso aéreo se celebró el domingo siguiente, 12 de octubre, aunque el cielo volvió a estar nublado y descargó chubascos de forma intermitente. Manuel Colomer Llopis, que acababa de formarse en la Escola Catalana d’Aviació, sólo hacía dos semanas que había obtenido el título. Pilotaba el único avión que había manejado, el T.H.-E3, muy parecido al Caudron francés y equipado con un motor rotativo Rhône de 80 hp, que fue fabricado en Barcelona por Talleres Hereter.
Ese fue el primer avión que aterrizó en Sabadell, ya que no pudo proseguir su vuelo tal como estaba previsto, por cuestiones de seguridad. Colomer optó por sobrevolar la ciudad y aterrizar sin incidencias cerca de la periferia de la localidad, en un campo de reducidas dimensiones que estaba enfangado, en lo que hoy es el barrio de la Creu Alta.
La noticia de que había un aeroplano en las afueras de la población corrió de boca en boca. Minutos después, un gentío rodeaba el avión y lo observaba con curiosidad, emoción y con la sensación de estar viviendo un momento mágico. Colomer, que era el quinto piloto formado en la Escola Catalana d’Aviació, pasó la noche en la ciudad. Al día siguiente, ya con buen tiempo, emprendió el vuelo con rumbo a La Volatería, observado por numeroso público. Antes de alejarse efectuó varios giros sobre Sabadell.
El I Concurs de Tardor quedó deslucido por el mal tiempo, que hizo difícil la orientación de los pilotos, aunque estos demostraron sus aptitudes para el vuelo en condiciones adversas. Sólo acabaron Fronval, que ganó la prueba, y Bourgeois, que quedó segundo. Canudas aterrizó en La Volatería, pero no completó el recorrido; Grassa tuvo que tomar tierra cerca de la fábrica Niquet de Terrassa; Bertrand creyó que se quedaría sin combustible después de haberse desorientado y aterrizó cerca de Matadepera. Otro tanto le sucedió a Cayón, que se posó en los terrenos de La Barata de Terrassa. La prensa local informó que el masovero de esta finca se prestó gustoso a llevarlo en su moto a Sabadell, desde donde partió en el tren de las 19.30 para Barcelona.
Canudas y Colomer vinieron a Sabadell siete días después
Ese primer contacto de Sabadell con la aviación tuvo su continuidad el domingo siguiente, día 19, ya que Josep Canudas y Manuel Colomer decidieron regresar a la ciudad para testimoniar su agradecimiento por la ayuda que el aviador había recibido con motivo de su imprevisto aterrizaje del día 12.
Los pilotos despegaron de La Volatería con el T.H.-E3 y el Alfaro 11, llevando como pasajeros a los mecánicos Alexandre Duró y Joan Suz. Ese vuelo fue el primero en el que pilotos catalanes despe-gaban de un aeródromo y aterrizaban en otro lugar. Al sobrevolar Sabadell efectuaron una exhibición, de unos diez minutos de duración sobre el núcleo urbano, que hizo salir de sus casas a mucha gente, a la vez que otras personas subían a las azoteas de los edificios.
De forma intuitiva, centenares de vecinos se trasladaron a los terrenos de Can Diviu -donde se ubica en la actualidad el Aeropuerto de Sabadell-, lugar en el que aterrizaron los aviones con gran precisión, entre los saludos y aplausos de un público efusivo y entusiasta. Minutos después se organizó una comitiva y fueron conducidos al Ayuntamiento, donde les esperaban algunos ediles y un gran gentío.
En declaraciones tras la improvisada bienvenida, se agradeció a los pilotos la estupenda exhibición aérea que habían protagonizado. Después, estos explicaron que el motivo de la visita era agradecer a Sabadell la ayuda prestada a Colomer el día 12. También, comentaron que con su vuelo, deseaban fomentar que el ayuntamiento sabadellense crease un campo de aterrizaje, un proyecto para el que, dijeron, podían contar con la ayuda de la Escola Catalana d’Aviació. Los agasajos prosiguieron con un almuerzo popular improvisado en el hotel España, al que asistieron aproximadamente unas 60 personas.
En ambiente distendido, los pilotos contaron anécdotas relacionadas con la aviación así como los progresos que experimentaba la aeronáutica y la importancia que iba a adquirir en los años venideros. Al día siguiente, Canudas y Colomer regresaron a Can Diviu, donde de nuevo les esperaba una muchedumbre expectante por ver a los aviones elevarse en el aire. Los pilotos no defraudaron al público, ya que después de probar el buen funcionamiento de los motores, despegaron y efectuaron varios giros sobre la ciudad. A continuación realizaron una pasada a baja altura en Can Diviu, donde el público les vitoreó a la vez que agitaban gorras, pañuelos y manos en señal de despedida.
La exhibición del día 19 constituyó un fabuloso acto de divulgación de la aviación en la ciudad y, al mismo tiempo, cautivó a un grupo de sabadellenses, entre los que destacó desde un principio Ferran Llacer, que mantuvo hasta su prematuro fallecimiento en 1930, cuando sólo tenía 36 años, una fructífera amistad con los pilotos barceloneses. Llacer se convirtió en un apasionado divulgador de la aviación en la ciudad, y se esforzó con ahínco para que Sabadell tuviese su propio aeródromo.
Un mes después del vuelo de Canudas y Colomer, Llacer fue invitado por estos y Cayón a visitar el campo de vuelo de La Volatería. Se hizo socio del Aeroclub de Catalunya y junto con Canudas, fue en 1923 uno de los fundadores de la Penya de l’Aire.
Su activismo le llevó a trabar amistad con los pilotos veteranos y con los nuevos que se formaban, como Xuclà, Carreras, Armangué, Baranguer y Trilla, entre otros. También promovió conferencias sobre aviación y publicó artículos divulgativos en la prensa local. Además, acudió con frecuencia a La Volatería y fue pasajero de algunos vuelos que se hicieron entre el aeródromo barcelonés y el improvisado que se creó en Sabadell, en la finca de Ca n’Oriac.