Hace treinta años, una diminuta nave espacial llamada Giotto hizo historia volando a 600 kilómetros del cometa Halley. Ese excitante encuentro de la primera sonda del espacio profundo de la Agencia Espacial Europea, entre los días 13 y 14 de marzo de 1986 conquistó la imaginación del público. Esa noche llegó a llamarse “la noche del cometa” e impulsó futuras misiones de exploración de cometas.
Las impactantes imágenes que Giotto envió a la Tierra mostraban un núcleo negro con forma de cacahuete y 16 kilómetros de largo sobre el que se apreciaban cráteres y fisuras que emitían densas nubes de gas y polvo. La enorme cantidad de información que se recibió reveló que cuatro quintas partes de la materia expulsada eran de agua.
Los resultados más apasionantes llegaron cuando Giotto detectó moléculas complejas atrapadas en el hielo del Halley, lo que llevó a especular sobre el hecho de que pudiera tratarse de los elementos precursores de la vida en la Tierra. Al surcar la nube de gas y polvo, los instrumentos de Giotto registraron miles de impactos de partículas de polvo que estuvieron a punto poner en peligro la misión.
La sonda espacial logró superar los impactos originados por el polvo y se decidió programar otra visita para Giotto, en esta ocasión, para estudiar el cometa Grigg-Skjellerup en julio de 1992.
Veintiocho años más tarde, Rosetta, otra misión de la ESA desarrollada por Airbus Defence and Space, hizo historia de nuevo al orbitar alrededor de un cometa por primera vez. En noviembre de 2014 consiguió realizar el primer aterrizaje de la historia en un cometa tras posar el módulo Philae sobre la superficie del cometa Churyumov-Gerasimenko (67P).