Entonces era una rareza trabajar desde casa, pero como empecé de colaborador en Diari de Sabadell -una precaria colaboración, pero continuada y diaria-, lo primero que hacía era buscar la noticia, después me iba a mi casa, donde la escribía en el Mac, muchas veces tomando un té, o echando la siesta a mitad de la escritura, lo cual no podía hacer en la redacción del periódico.
A continuación graba el texto en un diskette, y lo llevaba a la redacción, donde recuperaban el texto que al día siguiente leían varios miles de personas. Mi independencia era casi total y lo siguió siendo años después, cuando tuve mi mesa y mi ordenador Apple en la redacción. Mi primer Macintosh me hizo más fácil mi vida laboral, lo cual es muchísimo.
Mi primer Mac era una máquina de escribir sofisticada, pero apenas el vendedor me tuvo que dar explicaciones sobre su uso. Era intuitivo, solo tenías que clicar sobre los iconos de la pantalla, despeglar la barra de funciones y realizabas lo que querías hacer sin mayores complicaciones. En los Mac todo era lógico, intuitivo, accesible, aprendías a usarlo sobre la marcha sin romperte la cabeza.
Sabía entonces que los ordenadores Apple eran los más idóneos para trabajar en el sector de las artes gráficas, la comunicación y la edición de contenidos culturales, aunque sus programas eran incompatibles con los denominados PC que se movían en la órbita de Microsoft y el sistema operativo Windows. Eso, inicialmente me dio un poco de reparo, pues los Mac eran minoritarios y pensaba que mi ordenador podía privarme de acceder a otros contenidos. Por ejemplo, los programas informáticos de ajedrez, una de mis aficiones entre 1985 y 1995. Pero después supe que también Apple tenía su programa para jugar a ajedrez y que tenía su propio universo informático.
Ahora, los artículos que he leído en la red recordando la trayectoria de Steve Jobs refieren más de lo que me pensaba su salida y regreso a Apple y la creatividad que a partir de ese momento ha desplegado Jobs y sus colaboradores, hasta situar a Apple como la segunda empresa del mundo en capitalización bursátil. Enigmático y celoso de su privacidad, apenas sabía nada de Jobs. Sólo eso, que le llamaron de Apple para salvar la empresa que fundó. Ya vaya si la salvó.
Desde entonces, he asistido con interés a los lanzamientos del iPod, iPhone, iTunes y iPad, productos que aún no he adquirido. Pero me alegro por Jobs y Apple de los éxitos que han tenido y tienen, me alegro porque los primeros maqueros acertamos a la hora de elegir el ordenador que iba a cambiar a nuestras vidas. Y me alegro porque sé cuál será el producto que compraré cuando quiera tener una tableta o un teléfono inteligente e interactivo. Pero lamento que Jobs se haya ido con solo 56 años y, ahora, sólo puedo estarle agradecido.
Texto: José Fernández